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¿Por qué tanta cortesía con Movadef?

Por Hernando de Soto

Los delegados de Movadef —fachada legal de Sendero Luminoso— están siendo recibidos por gente decente, desde Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, hasta el ex-embajador en Argentina, Nicolás Lynch. Esa excesiva cortesía con Sendero es tan solo la punta del iceberg: una reciente compilación de más de 800 documentos escritos por extranjeros sobre la guerra contra Sendero, indica que la mayoría simpatiza con su causa. ¿Acaso no fueron terroristas? Sí y pocos lo dudan porque hasta la Comunidad Europea los calificó así, pero hay simpatía con la dimensión de “luchador social” —o “Robin Hood”— que convive con la de “asesino”.

Visto a la distancia por quienes no fueron víctimas del terrorismo senderista, el Perú y gran parte de América Latina es resultado de una conquista cruel que impuso el lucro individualista europeo sobre el colectivismo solidario indígena. La hipótesis de algunos es que Sendero tiene su lado Robin Hood pues defiende la tradición comunista de pequeñas comunidades. No basta, entonces, documentar la violencia terrorista, urge explicar lo inservible del colectivismo que pretenden imponer.

El regreso senderista al escenario ha sido vía los conflictos sociales entre las industrias extractivas y los habitantes del Perú profundo. En Tintaya, Espinar o Conga se ve el patente esfuerzo por personificar a una figura justiciera.

La idea del “luchador social”, del “Robin Hood” con que un Sendero más sociable encubre su retorno, está más cerca de la película “Avatar”, de James Cameron, que del manifiesto comunista de Marx y Engels. Esta cara nueva dice que el país no necesita una sociedad moderna porque los peruanos de las llamadas comunidades indígenas y nativas están felices en una suerte de paraíso comunista donde todo se trabaja y disfruta colectivamente; que viven en armonía con la naturaleza siguiendo viejas costumbres y con vínculos solidarios, tan perfectos, el derecho privado y formal es innecesario; son prósperos y sanos a su manera; no necesitan nada de afuera, son ajenos a la empresa que contamina y roba sus recursos, y por tanto, son incompatibles con la globalización. Basta botar a los inversionistas para acabar con los conflictos y el deterioro ecológico, dicen.

Para averiguar si el colectivismo que quiere imponer Sendero responde a la realidad o más bien es un conjunto de mitos, el Instituto Libertad y Democracia (ILD) bajo la direccion de Ana Lucía Camaiora, desarrolló una investigación en la Amazonía y la sierra peruanas. Aquí algunos hallazgos.

Mito 1: En el Perú profundo son comunistas por tradición. Falso: viven en un régimen económico predominantemente familiar e individual. Sus mismos líderes lo han manifestado en escritos oficiales en varias ocasiones. Dos ejemplos: 1. Propuesta unánime de las organizaciones amazónicas después de Bagua: “No deben insistir las instituciones públicas ni las ONG en impulsar modelos demostradamente fracasados de acuicultura comunal (piscigranjas comunales), ya que el modelo de producción indígena es familiar o de familia extensa (grupos de interés)” (Propuesta Nacional de Desarrollo Amazónico, Mesa No. 4 de Diálogo del Grupo Nacional de Coordinación para el Desarrollo de los Pueblos Amazónicos, pág. 46, diciembre, 2009). 2. Memoria del Primer Encuentro de las Organizaciones Indígenas del Bloque Nororiental del Marañón: “Se debe promover e incentivar el desarrollo económico a nivel de familias, asociaciones e iniciativas individuales (las empresas comunales no funcionan) (…) El programa económico debe encargarse de elaborar políticas y estrategias para facilitar el normal desarrollo de iniciativas locales, de grupos, familias e individuos indígenas” (abril, 2008, San Lorenzo, Loreto).

Mito 2: El Perú profundo es rico a su manera. Falso. Aquí las estadísticas: 5.5 de cada 10 indígenas son pobres, y 2.6 de cada diez son pobres extremos. Esta situación va aparejada por deficiencias, especialmente, en la salud. La mortalidad infantil indígena es sustantivamente mayor que el promedio nacional: 27 por cada mil nacidos vivos frente a 17, en la población no indígena. La malaria, la hepatitis B y Delta, la leishmaniasis (uta) y otras enfermedades casi ausentes en zonas urbanas, son prevalentes en zonas indígenas. La tasa de desnutrición crónica en niños y niñas menores de 5 años está por encima del promedio nacional (18%): 20% en Puno, 23% en Ancash, 29% en Apurímac, 31% en Ayacucho, 32% en Cusco y 43% en Huancavelica.

Y esto no es todo, según la OIT, 33,000 indígenas amazónicos, incluyendo niños y mujeres, son víctimas de trabajo forzoso en actividades extractivas ilegales. Por tanto seguirán siéndolo aunque se vayan del país, todas las mineras y madereras formales.

Mito 3: Los indígenas y nativos no necesitan del resto del mundo. Falso. En toda comunidad indígena se encuentran productos de sociedades foráneas, desde fósforos, ropas, machetes, escopetas, anzuelos, hasta motores, radios, y otros artículos mecánicos y electrónicos. Entre los pedidos frecuentes están los servicios de comunicación para sus comunidades —especialmente radiofonía, teléfono, televisión, internet y botes motorizados—, y servicios educativos.

Mito 4: Los indígenas y nativos no quieren propiedad ni empresa. Falso. En casi todas las comunidades visitadas encontramos actas y mapas que documentan cómo emiten certificados de posesión sobre sus hogares, chacras, áreas de caza y sus transacciones comerciales. La titulación es, además, un pedido continuo de casi todas las organizaciones indígenas, entre otras cosas porque hay un gran número de litigios —entre comunidades, al interior de las mismas y con terceros— por invasiones o el aprovechamiento de recursos.

Mito 5: El deterioro ecológico se debe a la propiedad. Falso. La deforestación y la degradación de ecosistemas se producen, principalmente, en áreas sin propiedad. La indefinición favorece el saqueo, agotamiento de recursos y la degradación de ecosistemas. Sin control documentado de la propiedad y de empresas legales para manejar los recursos, transparentemente, es imposible identificar a los dueños de los recursos, y sancionar a quienes los depredan.

Mito 6: La cosmovisión indígena es incompatible con la globalización. Falso. La afirmación ni debería considerarse pues es tan arbitraria como sostener que los pueblos indígenas no pueden jugar fútbol o usar internet. La propia abundancia de provincianos que sin perder su identidad triunfan en la capital y el extranjero, refutan este mito. Pero debemos discutirlo pues ofende, debilita e implica que la cosmovisión andina y amazónica es tan débil que a diferencia de otras culturas que, como China, India, el Sureste asiático, los países de la ex Unión Soviética, el golfo Árabe, las tribus de Alaska y el Japón imperial de hace 60 años, han sabido beneficiarse de lo positivo de la globalización, absorber lo útil de otros pueblos y discriminar los aspectos nocivos sin perder su identidad; la cultura del Perú profundo no aguanta. ¿Por qué no aguantaría, si nosotros, el Perú de la costa, nos globalizamos recién en los últimos 20 años sin perder nuestras identidades? Pese al crecimiento, sigue fuerte la marinera en Trujillo, el yaraví en Arequipa y el vals criollo en Lima. Y es aquí que nos encontramos con la raíz del problema: el drama de los liliputienses.

La diferencia está en que el Perú moderno, si bien tiene varias culturas, tiene un solo derecho que vive en armonía con el resto de países, con el globo. Pero el Estado le ha dado al Perú profundo 7,500 distintos derechos, al reconocer 7,500 comunidades o “estados liliputienses”: 1,500 en la Amazonía y unos 6,000 en la sierra, donde habitan unos 5 millones de peruanos. Cada comunidad tiene una autonomía normativa y jurisdiccional como si fuera un país diferente: se casan, reparten posesiones a través de autoridades políticas y sancionan delitos según sus propios fueros.

En la Amazonía esto significa un promedio de 200 ciudadanos por “país” y en la sierra de 800, con una población aislada no mayor de la que cabe en un avión comercial. Ninguno de ellos tiene derechos de propiedad, ni fácil acceso a mecanismos empresariales que permitan combinar recursos, crédito y capital. Así, cada vez que el gobierno nacional, una compañía citadina o extranjera invierte en una comunidad, pisa un Liliput que no tiene como agigantarse ni defenderse a través del derecho. ¿Cuántos países de 200 a 800 personas sin acceso a la propiedad y a la empresa conoce usted que hayan desarrollado?

Por eso tanta cortesía con Sendero. En países donde las desigualdades se sienten hay espacios para Robin Hood y los recuerdos de la violencia desquiciada se desvanecen.

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